HAY FUTBOLISTAS QUE EN EL MOMENTO DEL ADIÓS A LAS CANCHAS DE JUEGO MIRAN HACIA ATRÁS, A LO QUE HA SIDO SU TRAYECTORIA, Y NO PUEDEN MÁS QUE SENTIRSE ORGULLOSOS DE LO CONSEGUIDO A LO LARGO DE UNA CARRERA DILATADA Y PLAGADA DE ÉXITOS. TAMBIÉN HAY JUGADORES QUE SE RETIRAN CON EL RESPETO DE TODOS, DE LA PROFESIÓN, DE LA HINCHADA PROPIA Y, AUNQUE PAREZCA INVEROSÍMIL, DE LA RIVAL. Y DESPUÉS, EN UN ESCALAFÓN DISTINTO, ESTÁ EL GRAN PAOLO MALDINI, TENIENDO UN PALMARES IMPRESIONANTE
Su historial de hazañas es, sencillamente impresionante y tienen como hilo argumental la longevidad en la cúspide de la pirámide del fútbol. Es, junto al exfutbolista del Real Madrid Paco Gento, el jugador que más finales de Copa de Europa ha disputado (ocho); el segundo, tras Lottar Matthaus, con más partidos disputados en la fase final de un Mundial (veintitrés por los veinticinco del germano).
Sin embargo, es el futbolista con más minutos disputados en Mundiales, con 217 y el hombre que más partidos ha disputado en competiciones UEFA (175). Y por si eso fuera poco, vistió la camiseta del Milan en más de novecientas ocasiones; ha jugado más partidos que nadie en la historia en la Serie A y, hasta que le rebasó Fabio Cannavaro, era, con ciento veintiséis internacionalidades, el jugador fue más veces vistió la camiseta de La Nazionale, y en más de setenta de esas ciento veintiséis ocasiones, portando el brazalete de capitán.
Como guinda bien vale un dato más: tiene el honor de ser el jugador que más rápido ha marcado en una final de Champions, a los cincuenta y un segundos en el duelo ante el Liverpool en 2005, y el más veterano en disputar una final, en 2007, con casi treinta y nueve años.
Veintiséis títulos le contemplan. Pero su mayor honor no es esa impresionante catarata de cifras, sino el haberse mantenido al más alto nivel durante un cuarto de siglo; en datos absolutos, prácticamente un veinticinco por ciento de la historia del fútbol. La proeza alcanza su verdadera dimensión al contemplar la hoja de servicios de Paolo Maldini. El eterno capitán del Milan no sólo fue capaz de desafiar al tiempo sino que, por el camino, se entretuvo ganando todo lo posible. Y solo vistiendo una camiseta, la rojinegra de San Siro.
Aunque cierto es que en una trayectoria tan longeva hay espacio suficiente para las grandes decepciones. Tres están grabadas a fuego en la mente de Paolo Maldini: la final del Mundial de 1994, perdida ante la Brasil de Bebeto y Romario al fallar Roberto Baggio el penalti decisivo tras ciento veinte minutos sin que el marcador se moviera; el gol de oro que Trezeguet marcó en la final de la Eurocopa de 2000, disputada en Holanda; y la remontada para las hemerotecas que el Liverpool firmó en la final de la Champions League de 2005. El Milan, aquella noche, ganaba 3-0, con gol de récord incluido de Il Capitano a los cincuenta y un segundos, y terminó perdiendo en la tanda de penaltis en un desenlace de partido más que complicado de explicar desde las reglas de la razón pura. Una tragedia que el propio jugador recordaba posteriormente como «el partido maldito». Así ha quedado escrito en los libros de la historia rossonera. Del gol de oro del francés Trezeguet siempre dijo que le quitó el sueño durante «dos o tres meses». Son profundas las heridas que dejan las derrotas a los hombres acostumbrados a triunfar.

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EL MILAN MÁS LEGENDARIO
Paolo Maldini forma parte esencial de lo que hoy en día es el gran Milan. Cuando se incorporó al primer equipo, a los rossoneros apenas les daba para luchar por la quinta o sexta plaza en la Serie A, después de visitar el purgatorio de la Serie B. Cuando lo dejó, con su camiseta retirada para siempre salvo que alguno de sus dos hijos, Christian o Daniel, jueguen con el primer equipo en la máxima categoría del Calcio, la entidad ocupaba el segundo escalafón en el palmarés de las Copas de Europa, el que da y quita en esto del fútbol. Por encima, solo el Real Madrid, al que también fue capaz de noquear con contundencia con Maldini sobre el césped. Por debajo, el resto del mundo.
PAOLO MALDINI JUNTO A SU PADRE, CESARE, OTRA LEYENDA «ROSSONERA»
Su historia con el Milan es una gran historia de amor. El idilio de Il Capitano con el fútbol venía con denominación de origen desde la cuna. Hijo de Cesare Maldini, jugador del conjunto milanista entre 1954 y 1966, y seleccionador durante un tiempo de la selección italana sub-21, entró en la cantera del club de San Siro con apenas diez años con el estigma de ser «el hijo de Cesare», una calificativo despectivo que mucho antes de que terminara su carrera ya se había transformado en un «Cesare, el padre de Paolo», cuando de la familia Maldini se trataba.
Curiosamente, sus primeros entrenadores le situaron como extremo, diestro o zurdo, pero siempre mirando hacia la portería del rival. En cualquier caso, su paso por los equipos base y primavera milanistas fue todo lo breve que las propias leyes de la naturaleza pueden llegar a forzar. El sueco Nils Liedholm, una leyenda del club, donde integró la famosa delantera GRENOLI con sus compatriotas Gren y Nordahl en los años cincuenta, le dio la alternativa en un partido ante el Udinese. Era el 20 de enero de 1985 y Paolo contaba con dieciséis años y siete meses. Liedholm le puso de lateral derecho, dando salida al juego con su pierna natural, la diestra. Acababa de nacer una leyenda. Entre ese día de enero de 1985 y el 31 de mayo de 2009, fecha de la retirada, sucedieron hechos extraordinarios.

Diestro de nacimiento y convencido, ganó fama como lateral izquierdo a base de esfuerzo y entrenamiento para dominar la zurda como si de la derecha se tratara; y cerró su carrera como uno de los mejores centrales de todos los tiempos. Zaguero total, antítesis del modelo predominante de defensa en Italia en los años setenta y ochenta, apostó siempre por la colocación, la técnica y la anticipación antes que por la intimidación.
Siempre dijo que sus mejores maestros fueron sus compañeros de línea en su primer Milan: Filippo Galli, Mauro Tassotti y Franco Baresi. Con ellos, y las sucesivas incorporaciones de hombres como Costacurta, catapultó a San Siro hasta sentarse, si hubiera llegado el caso, a la derecha de Dios. Cinco Copas de Europa, un Mundial de Clubes y dos Intercontinentales, además de cinco Supercopas europeas, otras tantas italianas y siete Scudettos es la formidable cosecha que dejó su paso por la entidad. Suficientes motivos en forma de trofeos para retirar su número tres.
LA MANO DE SACCHI
Como todos los grandes, la vida de Maldini está jalonada de golpes de suerte, en ocasiones indetectables pero que están ahí, señalando a los elegidos. Es lo que sucedió a un jovencísimo Paolo en sus inicios con la llegada al club de Arrigo Sacchi, quien desembarcó con un libreto revolucionario debajo el brazo. Miró a su alrededor para ver lo que había en San Siro y no dudó un momento en dar responsabilidades al joven Maldini.
Junto a él, para que aprendiera y como seguro de vida, colocó a Franco Baresi, el verdadero alma del Milan de los Intocables. Fue un acierto pleno. Maldini, futbolista inteligente como pocos, comprendió a la perfección las singularidades de un modelo de juego basado en la compenetración absoluta, la coordinación de movimientos y la precisión en lances tan poco habituales en la época como convertir la regla del fuera de juego en el jugador número doce del equipo. Maldini asumió el reto sin pestañear.
Con veintidós años ya era dos veces campeón de Europa, formaba parte del proyecto más influyente y transformador de la historia del fútbol desde la Holanda de Rinus Michels y, como guinda, realizó algunos partidos que marcaron para siempre su carrera. Para el recuerdo el marcaje que le hizo al madridista Michel el día que el Milan pasó por encima de la leyenda del Real Madrid en San Siro administrándole un formidable 5-0. Michel, estrella consagrada, no tocó un balón en noventa minutos. Aquella fue su tarjeta de presentación en sociedad.
Tras la etapa Sacchi vino la era Capello y el récord de cincuenta y ocho partidos que el equipo estuvo invicto, la gran victoria de Atenas en la final de la Copa de Europa de 1994, en la que derrotaron por aplastamiento al Barcelona del Dream Team de Cruyff y después años buenos, regulares y malos, hasta el canto del cisne final con la derrota de 2005 en Estambul ante el Liverpool y la revancha dos años después ante el mismo rival con la conquista de la séptima orejona del club, quinta de su palmarés personal. En todo este camino, el Milan e Italia tuvieron momentos mejores y peores, pero Paolo Maldini siempre estuvo a un nivel enorme, hasta el punto de retirarse con los cuarenta más que cumplidos y prácticamente en plenitud física, con las opciones intactas para haber continuado jugando al fútbol en el club de su vida unos años más. No lo quiso así. Don Paolo siempre jugó al fútbol por divertimento. Y disfrutando todavía al máximo quiso cerrar su taquilla en los vestuarios de San Siro. Respetaba demasiado el juego como para traicionarle en la hora del adiós. Por eso, colgó las botas con el respeto de todos, incluso de sus «enemigos» del Inter. Honra merece quien a los suyos se parece.
HOMENAJEADO POR EL INTER EN SU DESPEDIDA
El ‘Derbi della Madonnina’, el gran partido que enfrenta al Inter y el Milan, llamado así en honor de la escultura de la Virgen María que corona el Duomo milanés, vivió un hecho extraordinario la temporada de la despedida de los terrenos de juego de Maldini: la afición del Inter, el acérrimo rival del Milán, consciente de que sería el último derbi de «II Capitano» enemigo, le tributo un merecido homenaje. Por encima de las camisetas, los hinchas interistas demostraron el respeto por el fútbol, aunque este vista «rossonero».
