Íker Casillas, el Santo

Íker Casillas, el Santo

ÍKER CASILLAS SIEMPRE HA SIDO UN HOMBRE CON SUERTE, O POR LO MENOS CUENTA CON ESA CUALIDAD QUE EN EL MUNDO ÁRABE ES CONOCIDA COMO «BARAKA», Y QUE NO ES OTRA COSA QUE TENER DE TU LADO LA «BENDICIÓN DIVINA», O «SUERTE PROVIDENCIAL» PARA SOLVENTAR CON BIEN SITUACIONES LÍMITE, ESAS EN LAS QUE TRADUCIDAS AL LENGUAJE DE LOS PORTEROS HACEN POSIBLE LO IMPOSIBLE JUSTO EN EL MOMENTO EN QUE TODO PARECE PERDIDO. O PUEDE QUE SEPA ESTAR EN EL MOMENTO JUSTO EN EL LUGAR ADECUADO. TAMBIÉN ES MÁS QUE PROBABLE QUE SIMPLEMENTE SEA MUY BUENO, EL MEJOR EN UN PUESTO DEL QUE SIEMPRE SE DIJO QUE HAY QUE ESTAR UN POCO LOCO PARA OCUPAR Y QUE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS Y LOS TIEMPOS MODERNOS HAN CONVERTIDO EN UN ESPACIO RESERVADO PARA ESPECIALISTAS. LO CIERTO ES QUE A ÍKER CASILLAS LE APODAN «EL SANTO», Y SI HAY EN EL FÚTBOL MUNDIAL UN JUGADOR QUE CUENTE CON EL FERVOR DE SU HINCHADA, EL RESPETO DE LA AFICIÓN RIVAL E INCLUSO MUCHAS MADRES LO CONSIDEREN EL YERNO IDEAL ESE ES, SIN DUDA ALGUNA, IKER CASILLAS, EL «HÉROE DEL PUEBLO».

 

LA LEYENDA DE HAMPDEN PARK

La leyenda de hombre aliado con la fortuna que acompaña a Íker comenzó en la final de la Copa Europa disputada en Glasgow, año 2002, en el remozado Hampden Park, escenario de una de las gestas más gloriosas del conjunto blanco como la victoria ante el Eintracht de Fráncfort por 7-3 en el partido que llevo a las vitrinas del Santiago Bernabéu, el quinto entorchado continental en 1960 y encumbró en el santoral blanco a Ferenc Puskas, único futbolista en la historia capaz de hacer cuatro goles en una final.

Jugaron el Real Madrid y los alemanes del Bayer Leverkusen, un conjunto sin mucho pedigrí, pero con hombres de talento en sus filas como Ballack, Lucio o Berbatov, que en aquellas fechas estaban presentándose en la alta sociedad. Ese día, Casillas comenzó «chupando» banquillo. Había perdido el puesto semanas atrás ante el empuje de un veterano como César. El Madrid, entrenado por don Vicente del Bosque, ganaba 2-1 —volea para enmarcar de Zidane mediante— cuando el titular se lesionó y tuvo que saltar al terreno de juego.

No hay nada peor para un guardameta que tener que ingresar en el césped en una situación de máximo riesgo, frío y sin apenas tener tiempo para calentar. Pero Casillas hizo dos o tres paradas a bocajarro, inverosímiles, que sirvieron para que el Real Madrid conquistara su Novena Copa de Europa. Una lesión y su enorme calidad le permitieron quedarse a partir de ese momento recuperar el puesto en propiedad en la siempre exigente portería del Madrid.

Su segundo capítulo de aliado con la diosa fortuna tuvo lugar ese mismo año 2002, en el Mundial de Corea y Japón. Cañizares, que estaba en el mejor momento de su carrera, iba a ser el portero titular en el Campeonato del Mundo. Pero un tonto accidente doméstico le dejó fuera de juego, lo que permitió que Íker se hiciera con el puesto fijo en la portería. Después vendría el famoso partido de octavos de final ante la República de Irlanda y tres paradas en tres penaltis. Ahí nació la leyenda de El Santo. A partir de ese momento, ya no hubo más debate sobre quién sería el «guardián» de La Roja en la siguiente década.

Pero si hay dos momentos en los que Íker presintió más cerca que nunca su alianza con las fuerzas divinas fue en la Eurocopa de 2008 y en la final del Mundial de 2010. En la primera, España se presentó en la tanda de penaltis de la ronda de cuartos de final ante Italia. La leyenda negra acompañaba a España desde que en el Mundial de México-86, Eloy Olaya fallara ante Bélgica una pena máxima que le hubiera dado el pase a la selección a las semifinales de la Copa del Mundo. Desde ese momento, la relación España y cuartos de final había sido completamente nefasta. La Roja, como bautizara a la selección española Luis Aragonés, el hombre que cambió el rumbo del fútbol en España por su apuesta por un sistema de juego basado en la posesión del balón, el toque y el colectivo, era un grande del fútbol mundial sin coronas. Solo un triunfo en blanco y negro en la Euro del 64.

Habían pasado cuarenta y cuatro años de penurias hasta que en el Prater de Viena, Íker Casillas acabó con la maldición de los cuartos de final deteniendo dos penas máximas a los italianos. Ese día cambió el rumbo de la historia del fútbol en un país que vive este deporte de forma apasionada y que cuenta con generaciones y generaciones de hinchas sin un buen recuerdo que poder contar a sus descendientes.

Poco después, La Roja destrozaba a Rusia en semifinales, y en la final acababa con el mito de los alemanes invencibles para proclamarse campeona de Europa. Algo casi impensable en ese momento, en el que nadie en España sabía aún que lo mejor estaba por llegar.

 

LA «PARADA DEL SIGLO»

Pero el más difícil todavía aguardaba tras la esquina. El «milagro», la «parada del siglo» fue otra vez en una situación desesperada. Un todo o nada en el que estaba en juego un título de campeón del mundo. Mediada la segunda parte, el holandés Arjen Robben enfiló en solitario hacia la meta defendida por Íker. El mundo entero contuvo la respiración. Robben, excompañero de su enemigo a batir en el Real Madrid, tenía en sus botas la posibilidad de convertir a Holanda en campeona del Mundo tras haber fallado en 1974 y 1978 de forma estrepitosa. El fútbol le debía una a los herederos de la Naranja Mecánica. Robben lo tenía todo a favor y el gol parecía una cuestión fuera de toda duda, hasta que apareció la puntera de la bota derecha de Íker para desviar el balón cuando millones de seguidores vestidos de naranja en todo el mundo entonaban el We are the Champions compuesto por los míticos Queen.

Poco después llegó la prórroga, y en el minuto 116 del partido, a cuatro del final, un gol de Andrés Iniesta dio a España su primer Mundial. Baraka lo llaman. Es cierto que, como en todas las cuestiones de la vida, la suerte juega un papel determinante. Pero para tener la oportunidad de desviar con la punta del pie un balón que vale prácticamente un Mundial, hay que haber trabajado mucho. Haber realizado sacrificios personales.

Detrás del éxito, en el deporte de élite, hay trabajo. Mucho trabajo. En el caso de Íker Casillas, ese trabajo intenso en el que en muchas ocasiones te juegas tu futuro a una carta comenzó en 1990, con apenas nueve años, cuando entró en las categorías inferiores del Real Madrid, el club al que ha dedicado su vida y con el que ha ganado todos los grandes títulos que un futbolista profesional puede aspirar a ganar. Ser portero del Real Madrid no es cuestión fácil. Para nadie. Muchos son los arqueros de fama que han sido devorados por la responsabilidad de defender una portería histórica, siempre sujeta al minucioso escrutinio de medios de comunicación de todo el mundo y de una afición que se cuenta entre las más exigentes y entendidas del planeta, y que no suele perdonar una. A Íker nunca le pesó la responsabilidad y, si lo hizo, nunca se le notó, lo que también es una circunstancia muy a tener en cuenta. La mujer del César no solo debe ser emperatriz sino parecerlo.

 

DEL PATIO DE COLEGIO… A LA CHAMPIONS

Pulido por las manos expertas de un sabio como Manuel Amieiro, posiblemente el primer técnico en España en entender las particularidades específicas de un puesto como el de portero, pasó de estar en clase en su instituto a coger un avión de forma precipitada para entrar en la convocatoria de un partido de Champions League del Real Madrid en Dinamarca. Del patio del recreo al vestuario del mejor club de la historia del fútbol en su competición fetiche. Al chaval de Móstoles, un pueblo convertido en ciudad por el desarrollo urbanístico de la periferia de Madrid, no le tembló el pulso. Ya mostró maneras de que bajo presión funcionaba bien, algo fundamental para sobrevivir en la jungla del área.

Fue su primera aparición, 27 de noviembre de 1997, apenas dieciséis años. Amieiro trabajó con él desde sus comienzos en el prebenjamín de la cantera del club hasta el primer equipo. Si Íker es el portero que ha sido es por su talento natural y su capacidad de trabajo, pero también por la labor artesanal, casi de orfebre, que hombres anónimos para el gran público como Amieiro hacen en las canteras de los grandes clubes.

 

Casillas con la camiseta del Real Madrid
Casillas disputando un encuentro en el Santiago Bernabeu

 

Dos años después debutó con el primer equipo. Fue el 12 de septiembre de 1999, y el escenario no era uno más: San Mamés. Otro guiño de la historia. A San Mamés lo conocen como La Catedral, y hasta su demolición en el verano de 2013 fue uno de los escenarios sagrados del fútbol en España. San Mamés es, además, lugar sagrado para los porteros. Allí jugaron años y años mitos como Iríbar o Carmelo. Debutar en San Mamés es debutar en uno de los puntos de referencia para un portero que ama su puesto.

 

DOS LÍNEAS DE ÉXITO

Íker comenzó ese día una carrera sin parangón en el fútbol mundial y que ha tenido dos líneas de éxito: el Real Madrid y la selección española. Con ambos ha ganado todo lo que se puede ganar: campeón del Mundo, de Europa tanto de naciones como de clubes; de Liga, de Copa, de Supercopa, Intercontinental… Lo ha ganado absolutamente todo, pero su gran mérito no solamente radica ahí, en su espectacular vitrina y en ser parte esencial de la historia de un club de la grandeza del Real Madrid, sino también en ser la cara más visible, el corazón de toda una generación de futbolistas nacidos en España que fueron capaces de regatear a la historia, convirtiendo un equipo perdedor en la mejor selección que, posiblemente, jamás ha existido.

Nadie en los más de cien años de fútbol ha logrado encadenar Eurocopa, Mundial y Eurocopa. Un ciclo mágico de cuatro años que convierte a la España ideada por Luis Aragonés y desarrollada por Vicente Del Bosque en un modelo de estudio, como en sus tiempos lo fueron la Italia de los años treinta, la Hungría de los cincuenta o el Brasil de Pelé, por citar algunos equipos que marcaron época. A todos ellos ha superado La Roja. En todo ese universo, Íker es el inicio, el sostén de todo el entramado. Casillas ocupa la puerta de España desde el 3 de junio del año 2000. Toda una vida si lo medimos en unidades de tiempo con el fútbol como manijas del reloj. Esa es la tercera pata del éxito: longevidad. Nada se consigue sin suerte, calidad y trabajo, pero para firmar una carrera como la de Íker Casillas se necesita longevidad, que las lesiones te respeten y que el cuerpo y la clase te mantengan en lo más alto durante años y años. Íker lleva más de tres lustros ocupando la portería del Real Madrid, acusando el desgaste mínimamente, sin apenas cometer fallos que costaran derrotas y coleccionando paradas para el recuerdo. Una de ellas realizada en un partido de Liga al sevillista Perotti en el estadio Sánchez Pizjuan es el mejor resumen que se puede hacer de lo que es el de Móstoles bajo los palos: parar lo que parece imposible. Aquella parada recordó la realizada por Gordon Banks a Pelé en el Mundial de 1970. A Banks le apodaban Banco de Inglaterra por su seguridad. Íker hizo en Sevilla la parada que ni siquiera el cancerbero inglés soñó alguna vez hacer. De ese nivel estamos hablando. Si en el Madrid ha sido el dueño y señor de la portería, sentando durante años a todos cuantos vinieron a competir por el puesto con él, en la selección ha hecho el más difícil todavía.

 

Casillas en una concentración de la selección española
Casillas en un entreno con la selección española

 

Es el futbolista que más veces ha vestido la zamarra roja, dejando muy atrás a otro gran portero como fue Andoni Zubizarreta, que con ciento veintiséis internacionalidades dominó durante muchos años el registro de futbolistas Top con España. Cuando eres un jugador internacional, rebasar la barrera de los cien partidos con tu país equivale a un título más. Superar los ciento cincuenta solo es posible si eres un «elegido». Casillas está en esa fase.

Grandes arqueros de la historia están a años luz de su palmarés con la selección. Dino Zoff se retiró con ciento doce partidos con Italia; Oliver Khan (ochenta T: seis); Harald Schumacher (ciento veintinueve); Sepp Maier (noventa y cinco); Pinol cincuenta y ocho); Peter Shilton (ciento veinticinco); Pat Jennings (ciento diecinueve)… La lista es interminable. Buffon, su «enemigo» íntimo y coetáneo está también por debajo, tanto en sala de trofeos como en número de internacionalidades.

Casillas es el espejo donde mirarse. Dentro de unos años, cuando el tiempo conceda la perspectiva necesaria, seguramente se hablará de Íker Casillas como del mejor portero de la historia. El tiempo lo dirá.

 

UN GALÁCTICO DE MÓSTOLES

Hubo un tiempo en el que el Real Madrid tenía conexión directa con la Galaxia. A partir del año 2000, Florentino Pérez diseñó un proyecto en el que solo tenían cabida futbolistas que fueran excelentes jugadores y, al mismo tiempo, una multinacional andante. De esa manera llegaron Ronaldo, Figo, Zidane y, sobre todo, Beckham. Más tarde lo harían Cristiano Ronaldo o Kaká. Entre tanto glamour, hubo un jugador que se desmarcó y reivindicó el fútbol de andar por casa, el gestado en los barrios, como toda la vida. Fue Íker Casillas. «No soy galáctico, soy de Móstoles» fue su declaración de intenciones en forma de campaña publicitaria. Un mensaje cargado de intención que le acercó aún más al aficionado de a pie, que es, en definitiva, quien sostiene el fútbol domingo tras domingo.

 

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