ROMA, LA CIUDAD ETERNA E IMPERIAL, ES LA URBE DEL FORO, EL COLISEO, EL TÍBER Y EL BARRIO DEL TRASTEVERE, ENTRE OTRAS MUCHAS MARAVILLAS QUE LA CONVIERTEN EN UN LUGAR DIFERENTE, MÁGICO, DISTINTO. UNA CIUDAD PUJANTE, POTENTE Y FUERTE, CON DOS MILENIOS DE HISTORIA TRAS DE SÍ. DESDE ROMA SE CONQUISTÓ TODO EL MUNDO CONOCIDO HACE VEINTE SIGLOS. LA LOBA CAPITOLINA ERA EL SÍMBOLO DE UNA CIVILIZACIÓN QUE ACABÓ ABRUPTAMENTE, PERO QUE DEJÓ UNA PROFUNDA HUELLA. CON EL FIN DE ROMA, MURIÓ UNA FORMA DE CONCEBIR EL MUNDO QUE, SIN EMBARGO, INFLUYÓ DE MANERA DECISIVA EN EL MUNDO OCCIDENTAL. EL PRESTIGIO DE LA CIUDAD ETERNA SIGUE HOY PLENAMENTE VIGENTE.
Contenido
EL ÚLTIMO EMPERADOR
El último de los emperadores romanos cayó cuando los godos arrasaron las murallas de la otrora invencible ciudad. Y Roma se sumió en el olvido… hasta que apareció Francesco Totti, el último Imperator, Il Condottiero. Totti, como los antiguos amos del mundo, es Dios en Roma, o al menos en la parte giallorossi de una ciudad futbolísticamente hablando profundamente dividida en dos.
Roma es romanista, pero también lazial. Así ha sido siempre, desde que en 1927 Italo Foschi, fascista como muchos en la Italia de entonces, «recomendó» a todos los clubes romanos que existían en los años veinte que se unieran en una única institución con el objetivo de hacer frente a los ya por entonces poderosos clubes del norte: Juventus, Inter, Milan y Tocino. La recomendación de Foschi, en un momento en que cualquier sugerencia de un líder fascista era poco menos que una orden de obligado cumplimiento, fue seguida por tres clubes de la ciudad: el Roman FC, el Fortitudo Pro Roma y el Alba Audace. Solo el Lazio, quizás con más apoyos en el partido de los camisas pardas de los que contaba el propio Foschi, se negó a la fusión. En ese mismo instante nació el AS Roma, y su rivalidad sin fin con el Lazio, el otro «grande» de la ciudad.
Totti, por tanto, romano por los cuatro costados, pudo ser de la Roma o del Lazio. También pudo ser milanista, pero la madre del pequeño Francesco no vio con buenos ojos que su hijo, apenas un niño, abandonara su casa para viajar al norte, a empezar una vida lejos del domicilio familiar y vistiendo la camiseta de uno de aquellos clubes con los que los fundadores del AS Roma prometieron luchar el día de su nacimiento. Totti no viajó nunca hasta la ciudad del Duomo. Prefirió seguir los dictados de su romanista corazón.
La vida de Totti está íntimamente ligada a la de su club. Con el AS Roma lo ha sido todo, incluido uno de los miles de hinchas que domingo a domingo acudían a la Curva Sud del Estadio Olímpico para seguir a su equipo.
Francesco, antes que jugador, capitán los últimos dieciséis años de la institución, máximo goleador de la historia de la entidad con más de doscientos cincuenta goles y jugador que más veces ha vestido la camiseta romanista, fue seguidor de una entidad que, pese a sus objetivos fundacionales, nunca fue lo suficientemente fuerte como para competir de tú a tú con los gigantes del norte.
Totti, primero en transporte público, después a lomos de una motocicleta, acudía siempre sin falta al Olímpico. Desde allí soñó con ver a su equipo campeón de Europa en la única oportunidad que el club de la ciudad del Tíber ha tenido en su historia: la final de 1984, en un partido disputado en su propio estadio, ante el Liverpool. Los romanos, que habían ganado su segundo título de Liga tan solo un año antes, cayeron derrotados en la tanda de penaltis. Una derrota que fue vivida como una auténtica tragedia, como si el Imperio Romano hubiera vuelto a desplomarse de golpe, sin previo aviso. La victoria de los reds de Anfield Road sumió al club en una profunda crisis, en una larguísima travesía del desierto. La progresión de la sociedad se frenó en seco. Y así fue hasta que por las instalaciones donde entrenaban las categorías inferiores apareció un chaval, fan absoluto del equipo, con una forma de entender el fútbol completamente diferente.
Totti tenía maneras de crack, de jugador capaz de marcar diferencias que, a pesar de apenas levantar unos palmos del suelo, ya había dejado gotas de calidad jugando para un pequeño equipo como era el Lodiggiani. Las muestras de que en las ligas de categorías inferiores se fraguaba un futbolista llamado a marcar una época hizo que los dirigentes del AS Roma hicieran una oferta a aquel fenómeno para que entrara en los juveniles.

LA ILUSIÓN DE SU VIDA
Totti no lo dudó ni un instante. Para él, en ese momento, vestir aunque solo fuera en una ocasión la camiseta del club de su vida justificaba toda una existencia. El tiempo se encargó de quitarle completamente la razón. Francesco, el chico que iba todos los fines de semana a ocupar su sitio en la Curva Sud del Olímpico, estaba llamado a ser la mayor leyenda de cuantos han defendido el escudo giallorossi.
La historia de la Roma comenzó a reescribirse el 28 de marzo de 1993 cuando, con apenas dieciséis años, Francesco Totti debuta con el primer equipo en un partido ante el Brescia. Siete años después, en la temporada 2000-2001, el sueño de una Roma grande, otra vez imperial y dominadora del Calcio, se cumplió plenamente. Totti, por aquel entonces ya condottiero absoluto, amo y señor del club e ídolo absoluto de la hinchada, fue el líder sobre el terreno de juego de un equipo comandado por Fabio Capello desde el banquillo y respaldado financieramente desde los despachos por la familia Sensi, dueños de la institución desde 1994. El músculo económico de los Sensi permitió construir un sensacional equipo. Totti era el líder y el corazón pero para la Loba jugaron esa temporada futbolistas de la talla del argentino Gabriel Batistuta, uno de los mejores delanteros que han existido en la primera década del siglo XXI; Vicenzo Montella, un gran atacante que alcanzó su máximo rendimiento jugando al lado del capitano y Batigol; el portero Amelia; los defensas Aldair y Walter Samuel; el central brasileño Cafú; el medio centro Emerson o el también albiceleste Balbo. Entre Batistuta, Montella y Totti hicieron cuarenta y siete goles. Un conjunto formidable, magistralmente dirigido por un Capello que, en el Olímpico romano, vivió su segunda edad de oro tras los éxitos alcanzados en el Milan en la era post Sacchi.

Para el club supuso el primer Scudetto desde 1983, el tercero de una historia que comenzó en 1927. El dinero de los Sensi no sirvió para mantener la continuidad a largo plazo del proyecto ganador confiado a las manos expertas de Capello. Las figuras fueron saliendo. Todos menos Totti, que ni en su mejor momento como jugador, cuando recibía ofertas de todos los grandes clubes de Europa, dudó un instante que su sitio estaba en Roma y en el Olímpico.
LAS OFERTAS RECHAZADAS
La grandeza del capitano alcanza su verdadera dimensión si se tiene en cuenta que el Roma siempre ha estado un escalón por debajo de Milan, Inter o Juventus. Totti podía haber sido figura en cualquiera de ellos, incluso del Real Madrid, que le pretendió durante años, pero su obsesión y su filosofía de vida le comprometían absolutamente con la entidad de su infancia. Todo lo que ha conseguido lo ha hecho con un equipo relativamente menor. Ahí radica su grandeza. Lo es todo para el AS Roma, pero también para el fútbol italiano y para La Nazionale. Totti es el segundo máximo goleador de todos los tiempos en la Serie A. Solo le supera en el ranking de máximos artilleros un hombre como Silvio Piola, y está por delante de mitos como el interista Giusseppe Meazza, el sueco Nordahl o el juventino Altafini.
Mito romanista y leyenda con la selección italiana, con la que debutó el 10 de octubre de 1998, en un partido ante Suiza. Con La Nazionale jugó, hasta que decidió abandonar voluntariamente el equipo, dos campeonatos del Mundo y dos Eurocopas. Bajo las órdenes de Dino Zoff alcanzó el sub-campeonato de la Eurocopa de 2000, una «plata» que no fue «oro» por apenas unos minutos. El premio gordo se lo llevó ese día la Francia de Zidane, Henry, Trezeguet o Vieira, un equipo en estado de gracia en esos momentos y que aún vivía de las rentas del título mundial conquistado veinticuatro meses antes.
Seis años después, en Alemania, con Lippi en la sala de mandos, formó parte de la selección que levantó el cuarto Mundial para Italia. El romano fue decisivo en el nudo gordiano del torneo, un partido ante la floja Australia en octavos de final que se les atragantó a los italianos. Don Francesco lo sacó adelante. El título de campeones llegó desde la pretoriana actuación de Buffon o Cannavaro, los muros de la azzurra, pero para Totti supuso la culminación del sueño que cualquier chico espera alcanzar alguna vez en su vida cuando comienza a dar patadas a un balón. Llegar a la cima del mundo habiendo sido siempre fiel a la camiseta de un club «pequeño» tiene un mérito enorme. Lo que no pudo ganar con la Roma lo hizo con Italia. Totti, amo del mundo, como sus antepasados, los emperadores de Roma, aquellos hombres que, desde el Foro, dictaron las normas del orbe conocido.

TOTTI, EL «BECKHAM ITALIANO»
Totti es una auténtica celebridad en Italia. Hasta tal punto que su boda con la presentadora y modelo Ilary Blasi fue retransmitida por el canal de televisión Sky y seguida por más de un millón de espectadores. Un fenómeno social. La fama del jugador de la Roma se incrementa por su capacidad de reírse de sí mismo, una cualidad que no muchas personas suelen tener. Totti, sobre el que circularon durante años chistes en Italia, publicó dos libros recopilatorios sobre todas las «gracias» que se hacían sobre él y donó los beneficios a causas benéficas. Genio y figura.
