A FINALES DE SEPTIEMBRE DE 2007, LA SELECCIÓN ESPAÑOLA, QUE POR AQUEL ENTONCES DIRIGÍA LUIS ARAGONÉS, MALVIVÍA RODEADA DE FANTASMAS DEL PASADO. EL EQUIPO ESTABA A APENAS DOS SEMANAS DE UN PARTIDO A VIDA O MUERTE EN AARHUS (DINAMARCA), EN EL QUE SE JUGABA LA CLASIFICACIÓN PARA LA FASE FINAL DE LA EUROCOPA 2008. EL AMBIENTE NO PODÍA SER PEOR. EN EL MUNDIAL DISPUTADO EL AÑO ANTERIOR EN ALEMANIA, «LA ROJA», COMO LA BAUTIZÓ ARAGONÉS, HABÍA CAÍDO ANTE LA FRANCIA DE ZIDANE Y RIBÉRY A LAS PRIMERAS DE CAMBIO, Y POCOS MESES DESPUÉS SALÍAN DE LA SELECCIÓN PESOS PESADOS DEL VESTUARIO COMO RAÚL Y MICHEL SALGADO EN MEDIO DE UNA ENORME POLÉMICA QUE CONTAMINÓ EL DÍA A DÍA DEL COMBINADO ESPAÑOL DURANTE MUCHOS MESES. LA PERCEPCIÓN GENERAL ERA, UNA VEZ MÁS, DE FIN DE CICLO. DE BORRÓN Y CUENTA NUEVA. DE EMPEZAR UNA VEZ MÁS DESDE CERO Y, SOBRE TODO, DE CONTAR CON UNA MAGNÍFICA GENERACIÓN DESAPROVECHADA DE JUGADORES.
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UNA NUEVA ESPAÑA
Pero esa noche otoñal en Dinamarca pasó algo imprevisto. España comenzó a mover el balón con precisión y paciencia, a tocar y tocar, en corto y en largo; a moverse como una orquesta perfectamente afinada. La Roja venció dando una exhibición de juego colectivo, trenzado y perfectamente orquestado. Aragonés había dado con la tecla. Aarhus se convirtió en el mito fundacional de una concepción distinta del fútbol que iba a transformar a un equipo de buenas hechuras, pero siempre perdedor, en la mejor selección de la historia del fútbol.
El Día D fue el 13 de octubre de 2007. No obstante, la partitura precisaba de un director de orquesta que desarrollase el modelo diseñado en la pizarra por un Aragonés que había tenido la claridad de ideas suficiente como para detectar en el trabajo que se estaba haciendo en el Barcelona la materia prima suficiente como para construir su proyecto ganador. Pocos meses después, durante la concentración en Austria previa a la disputa de la Eurocopa de 2008, Jesús Paredes, fiel colaborador del Sabio de Hortaleza y hombre clave en el mito fundacional de La Roja, lo vio claro. Cada vez que se cruzaba con el centrocampista del Barcelona por los pasillos del hotel del concentración, le espetaba, ante la sorpresa de un Xavi que no sabía a qué venía tanta pasión por la música clásica por parte del profe:
—¿Qué tal, Karajan? ¿Todo bien, Karajan? ¡Tócala bien hoy, Karajan!
De esta manera tan atípica y a la vez sencilla se expresó la toma de una decisión clave: Xavi era el elegido para dirigir la orquesta y de esta forma cambiar el destino del fútbol español, perdedor hasta la saciedad hasta ese momento y sumergido en un eterno quiero y no puedo.
España ganó la Eurocopa practicando un fútbol primoroso, de alta escuela. Xavi fue designado mejor futbolista del torneo y comenzó una era que llevó a la selección española, ya con Vicente del Bosque a los mandos, a ganar el Mundial de 2010 y la Eurocopa de 2012, una secuencia jamás igualada por ningún otro equipo en el mundo. Ni el Pelé de Brasil, ni la Alemania de Beckenbauer, ni la Argentina de Maradona firmaron la hazaña de la España de Xavi: Eurocopa-Mundial-Eurocopa en cuatro años. Lo nunca visto.
TODO EMPEZÓ EN LA MASÍA
De todos modos, la historia de Xavi, su idilio con el balón y la posesión tiene su punto de partida mucho antes, a principios de los años noventa, en La Masía. La escuela de formación del Barcelona, levantada en las cercanías del Camp Nou en lo que fuera una casa de labranza del siglo XVIII, y que fue transformada por el presidente Josep Lluís Núñez en octubre de 1979 como residencia de los jugadores de la cantera que vivían fuera de la Ciudad Condal, una inversión que se convirtió en el corazón sentimental de la entidad hasta octubre de 2011.
En esa fecha se inauguró la nueva Ciudad Deportiva del club, más moderna y funcional, pero menos ligada sentimentalmente a varias generaciones de hinchas, dirigentes y jugadores del conjunto azulgrana. La Masía fue el semillero donde se gestó el «modelo Barca», el ADN con denominación de origen que convirtió al club azulgrana en el mejor equipo del mundo y, en su versión evolucionada, a España en la selección a imitar a escala planetaria en la última década. Dos conceptos que comparten profundos nexos de unión y que se retroalimentan, porque comparten los dos hilos argumentales de este juego: futbolistas y filosofía.
Xavi pisó por primera vez la casa de labranza con tan solo once años, en 1991. Llegó con una carencia evidente: era un canijo, en el mejor sentido de la palabra. Por fortuna para él, en los órganos de dirección del fútbol base azulgrana había sabios como Martínez Vilaseca u Oriol Torta, hombres de fútbol que tenían claro lo que querían y, sobre todo, el tipo de jugador que buscaban. Apenas un par de décadas antes, Xavi hubiera sido, seguramente, desechado para formar parte del Barcelona. El modelo imperante era el de jugador físicamente potente, con altura y músculo. La antítesis de Xavi. Los tiempos cambian y en el Barcelona, en esos años, ya trabajaban sobre una idea clara de lo que el primer equipo necesitaba y cómo se tenía que desarrollar la etapa de base para que el árbol diera los frutos adecuados.
Los técnicos de la cantera vieron en Xavi lo mismo que Luis Aragonés o Jesús Paredes en 2007: el jugador ideal sobre el que construir un modelo de fútbol basado en la asociación permanente con el balón y el compañero. Para eso, no hace falta ser ni alto, ni fuerte, ni excesivamente veloz. «Solo» se precisa tener una técnica exquisita y «ver» el fútbol antes que nadie. Dos cualidades que a Xavi se le caían de los bolsillos. El de Terrassa era la piedra angular sobre la que construir un edificio nuevo, diferente y transgresor. La apuesta de todas formas tenía antecedentes en el Barça: Luis Milla, Guillermo Amor y, sobre todo, Pep Guardiola están en el árbol genealógico futbolístico de Xavi Hernández. Son el espejo donde se miró durante sus años de formación. Y a todos ellos les superó ampliamente.
Xavi es la versión 2.0 de una forma de entender el fútbol que empezó a cristalizar bajo la batuta de Louis Van Gaal y que alcanzó su máxima expresión con Pep Guardiola en el banquillo del Camp Nou.
VAN GAAL LE DIO PASO
El técnico holandés, «inventor» del gran Ajax de Amsterdam de mediados de los noventa, un equipo al que hizo campeón de Europa con un grupo de jovencísimos jugadores imbuidos del espíritu clásico ajacied del fútbol total, fue el encargado de dar la alternativa a Xavi el 18 de agosto de 1998. Fue en un partido de Supercopa de España ante el Mallorca. En octubre, con dieciocho años, debutaba en Liga en Mestalla, ante el Valencia, un encuentro que el conjunto culé ganó por 1-3.
Pocos podían llegar a imaginar la cantidad de páginas que aquel chaval con pinta de tener un motor diésel de pocas revoluciones en el pecho iba a escribir en el libro de oro del club. Xavi, por aquel entonces, se movía por todo el arco de la medular. No tenía los galones que poco a poco fue adquiriendo. Tardó en madurar, y eso hizo que muchos, en las gradas del Camp Nou, dudasen de él. Ni con Van Gaal, ni con Radomir Antic ni con Rexach cuajó plenamente. Eran los años de los Galácticos en el eterno rival, el Real Madrid, y tiempos de plomo en la selección española, fuera de foco en los grandes eventos, y de la que Xavi era integrante fijo desde el 15 de noviembre de 2000, cuando debutó ante Holanda con una derrota por 1-2.
Para que Xavi explotara tuvo que llegar al Barcelona otro holandés, Frank Rijkaard, y asumir los mandos de la selección española Luis Aragonés. Con Rijkaard, Xavi coge los galones suficientes para hacer el balón suyo. Convive con un equipo de cracks en el que Ronaldinho ejerce de «jefe», Eto’O de killer y comienzan a despuntar dos futbolistas de otra galaxia: Messi e Iniesta. La flor y nata del fútbol mundial. Ese Barcelona gana la Copa de Europa de 2006 en París, ante el Arsenal de Arsene Wenger, Henry y el imberbe Cesc Fábregas, pero se desmorona pronto después en buena parte debido a la lucha de egos en el vestuario, y a que Rijkaard no logra mantener el «estado de ambición permanente» en un grupo de futbolistas con capacidad de marcar una época.
EXPLOSIÓN CON GUARDIOLA
El proyecto comienza de nuevo con Pep Guardiola a los mandos, con el que Xavi coincidió en sus inicios en el primer equipo y del que aprendió parte del oficio de medio centro constructor con un balón al pie cosido. Es una apuesta arriesgada. El de Santpedor apenas ha entrenado al equipo filial del club y, además, había salido de la entidad con destino a Brescia en su etapa de jugador con un sector de la afición mirándole con malos ojos. Aún así, cuenta con el aval de conocer perfectamente las «tripas» de una institución complicada de conducir y tiene en sus genes y en su cabeza el modelo que quiere poner en práctica.
Guardiola es un producto ciento por ciento de La Masía, pieza clave en el Dream Team de Johan Cruyff de principios de los noventa e historia viva del club, al ser uno de los jugadores que ganaron la primera Copa de Europa de la historia azulgrana en Wembley, en el legendario 1-0 a la Sampdoria.
Guardiola desembarca en el despacho del primer equipo y hace limpia. Acaba de un plumazo con lo que había quedado del proyecto de Rijkaard e impone su visión del fútbol: apuesta salvaje por la cantera y fútbol total. Su estilo se resume en darle el balón a Xavi para que conserve la posesión hasta que una rendija se abra en la defensa rival. Por esa brecha, por mínima que sea, entran los balones con precisión milimétrica. Contar con Messi o Iniesta y que futbolistas como Pedro, Busquets o Piqué, apuestas personales de Pep, exploten en un tiempo récord, convierten al Barcelona en una máquina de jugar y ganar títulos de forma aplastante.

Xavi es el eje del que, posiblemente, es uno de los dos o tres mejores equipos de todos los tiempos no solo por nivel de trofeos levantados sino, sobre todo, por la forma en que se consiguen. El Barcelona pasa a ser referencia absoluta en el planeta fútbol, hasta el punto de que exporta su modelo a todo el mundo. Esa es la clave de bóveda de este Barca y de una España que potencia todavía más esa filosofía para convertirse también en la referencia mundial, en el rival al que todos quieren ganar pero, también, el equipo que todos quieren imitar.
Su poderío es tal que ambos grupos extienden su ciclo ganador durante más de cinco años, lo que da una idea de la vigencia y plenitud del modelo desarrollado. Jugadores comunes entre uno y otro equipo hay muchos. La historia reciente de España y el Barcelona va íntimamente ligada a los nombres de Iniesta, Pedro, Villa, Busquets, Puyol y, en el caso exclusivo de los azulgrana, de Leo Messi, pero el molde, la reserva genética, el copyright de uno y otro equipo es propiedad de Xavi Hérnández. Cuando se tiene un futbolista capaz de dar 1,4 pases por minuto que está sobre el terreno de juego; que mantiene un porcentaje de acierto del 86% en cada balón que sale de sus botas; o es capaz de dar en un Mundial más pases buenos que un «tal» Zinedine Zidane, no hay duda de que se está ante un prodigio que te obliga a modificar tus parámetros y tu forma de entender el fútbol.

La virtud del buen entrenador es entender esa circunstancia y generar el ecosistema adecuado para potenciarla. Por eso, a Xavi Hernández, un ya lejano día de comienzos del verano de 2008, en un paraje perdido entre los valles de Austria, le comenzaron a llamar Von Karajan. Sin saberlo, había comenzado a escribirse una de las mejores partituras de la historia del fútbol mundial.
EL ESPAÑOL MÁS LAUREADO JUNTO A GENTO
Xavi Hernández es leyenda viva del fútbol español. Comparte con Paco Gento, ex-futbolista del Real Madrid, el honor de ser el jugador español con más títulos. La Liga ganada con el Barcelona en la temporada 2012-2013 es su título número 24. En su palmarés figuran Mundial, Mundial de Clubes, Eurocopa y Copa de Europa de clubes. Un listón que será muy complicado de superar.
